viernes, marzo 29, 2024

La Costumbre del Poder: 90-90 Elena Poniatowska

*El problema del menor de los hijos de Andrés Manuel es grave, porque es de todos los mexicanos con su presidente: un padre de familia que es incapaz de estar pendiente de la salud de su hijo -la obesidad lo es-, también lo es de gobernar un país tan complejo como este

 

*Qué compromiso político y económico saldó al cancelar el aeropuerto de Texcoco. Grande debe ser, porque su actitud destroza a México. ¿Se lo habrán apergollado a él los de Black Rock? Alguien se benefició

 

*¿De qué igualdad vamos a hablar entre nosotras si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos en este momento ser iguales, aun como mujeres ¿no le parece? Bien dicen los abuelos, incluidos los de la 4T: todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros, ¿o no?

Gregorio Ortega Molina

De vivir, en 16 años alcanzaría la edad de Elena Poniatowska, pero en cuestión de madurez para percibir el mundo, de oficio periodístico, de solidez en su compromiso con su familia, sus amistades y sus muertos, requeriría vivir otros 18 lustros.

     Su labor periodística, su trabajo con el entrevistado, con los seres humanos. Los reportajes, me llenan mucho más que su labor literaria. Son inolvidables La noche de TlatelolcoGaby Brimmer, sus entrevistas reunidas en los varios tomos de Todo México de editorial Diana; en cuanto a ella y su manera de hacer literatura, El amante polaco es una confrontación entre lo que la construyó como ser humano, y lo que le da aliento como periodista y novelista. La fragmentación de una nación en la que no vivió, pero ama, y el amalgamiento de los episodios de su vida que la transformaron en lo que es.

     Trasuda el afecto y la admiración por sus hijos, y es de envidiarse el amor vivido por Guillermo Haro y Mane, su primogénito. Su madre, su padre, sus hermanas, su hermano Jan… y el recuento de hechos con los que se fue construyendo y reconstruyendo, y con los que sus hijos comprendieron de qué va el mundo en cuanto convivieron con las huestes neozapatistas y, sobre todo, compartieron sus carencias.

     Hay un párrafo largo en el que Elena transcribe lo que Domitila, minera boliviana, dice a una encopetada militante del feminismo en México, durante una reunión sobre el tema. Recomiendo leer y releer lo que esta mujer sostiene:

Recuerdo a la minera boliviana Domitila, la de <Si me permiten hablar>>, en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer en México, en 1975. Domitila, madre de siete hijos, denunció la miseria de los mineros de Bolivia hasta que la interrumpió una delegada mexicana:

-Señora, hablemos de nosotras como mujeres. Olvide el sufrimiento de su pueblo. Por un momento olvídese de las matanzas, ahora hablemos de usted y de mí, de nosotras como mujeres.

-Muy bien hablemos de las dos -respondió Domitila-. Pero si me permite, voy a empezar primero. Señora, hace una semana que yo la conozco. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y, sin embargo, yo no. Cada día llega pintada y peinada como quien tiene tiempo de ir a una peluquería bien elegante y gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que tiene cada tarde un chofer esperándola en la puerta para llevarla en carro a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y nosotras, las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos noventa días para abandonarla y estamos en la calle.

Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación? ¿De qué igualdad vamos a hablar entre nosotras si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos en este momento ser iguales, aun como mujeres ¿no le parece?

     Bien dicen los abuelos, incluidos los de la 4T: todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros, ¿o no?

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Jesús Ernesto sí es una víctima, pero de sus progenitores, principalmente de su padre, el presidente de México. Por lo pronto es necesario puntualizar que ya no es un niño. A su edad ve más a las piernas de las mujeres que a los ojos de sus interlocutores.

     El problema del menor de los hijos de Andrés Manuel es grave, porque es el problema de todos los mexicanos con su presidente: un padre de familia que es incapaz de estar pendiente de la salud de su hijo -la obesidad lo es-, también lo es de gobernar un país tan complejo como este.

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El presidente insiste en que jesuitas y jerarquía católica actúan como críticos a su ejemplar modelo de seguridad, por estar apergollados por la oligarquía, pero no tiene manera de probar su dicho, habla por la herida.

     Yo le preguntaría qué compromiso político y económico saldó al cancelar el aeropuerto de Texcoco. Grande debe ser, porque su actitud destroza a México. ¿Se lo habrán apergollado a él los de Black Rock? Alguien se benefició, no los mexicanos.

www.gregorioortega.blog                                        @OrtegaGregorio 

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